Repetidamente nos hemos ocupado, desde las columnas de Inversionesalacarta.com y desde Codigoinversor.com acerca de los acuerdos comerciales multilaterales, lo mas amplios posibles, que no tienen otro objetivo que mejorar el nivel de vida de los países. Parece una verdad de perogrullo, que no todos los países pueden producir lo que necesitan para su desarrollo. Los criterios de desenvolvimiento mas modernos, nos deben llevar a la complementacion entre zonas geográficas y países. La división internacional del trabajo, concepto vigente durante mucho tiempo, solo sirvió para paralizar el desarrollo global y beneficiar a los países centrales. La conclusión, entre otras variables, es que aquellos países que aprovechaban su mayor capital y adelantos tecnológicos, llegaban a un punto que en razón del deterioro de los términos de intercambio (productos primarios vs. productos industrializados), ambos sectores llegaban a un cuello de botella que limitaba la producción y el desarrollo. Es evidente que la actualidad ha cambiado, aunque no totalmente. El frente Latinoamericano, la Union Europea, Estados Unidos, Asia presentan realidades diferentes ante la imponente aparición de China. Incluso, dentro de nuestra región, hay acuerdos que avanzan y otros que están casi paralizados. El Pacto Andino avanza, y el Mercosur esta paralizado. No todos los conceptos expresados están internalizados por los países latinoamericanos y las divergencias son grandes.

En la linea de búsqueda de acuerdos, queremos resaltar la nota de la periodista Florencia Carbone de La Nacion, que divulga y explica el megaacuerdo que esta en camino (http://www.lanacion.com.ar/1703881-socios-del-atlantico).

La crisis, la pérdida de protagonismo frente al surgimiento de China y la parálisis de la vía multilateral apuró las conversaciones entre la UE y Estados Unidos; en qué consiste el megaacuerdo

Un acuerdo entre dos partes con implicancias globales: el avance de las negociaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos amenaza con marcar la nueva cancha en la que el comercio internacional se moverá en los próximos años. El Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP por sus siglas en inglés), lanzado hace menos de un año, tendrá en julio próximo su sexta ronda de negociación. ¿Los une el amor? No, más bien los empuja la crisis, el avance de China y la quietud de Doha.

Durante un seminario organizado por la Cátedra UE de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), que dirige Patricio Degiorgis, los embajadores en la Argentina de la UE, Alfonso Diez Torres, y de Estados Unidos, Kevin Sullivan, junto con el experto en comercio internacional Félix Peña y el politólogo Rosendo Fraga analizaron la cuestión.

No es exagerado hablar de un acuerdo entre gigantes: la UE y EE.UU. representan el 50% del PBI mundial, el 71% de las inversiones directas, el 30% del comercio mundial y un mercado conjunto de 800 millones de personas. Se trata de una negociación que excede lo comercial. Los aranceles -corazón de una negociación comercial tradicional- casi ni figuran (el promedio no supera el 4%).

«Es un intento ambicioso para obtener una mayor coherencia regulatoria, pero no a costa de disminuir los estándares, diferentes pero altos, a ambos lados del Atlántico para proteger el medio ambiente y la salud, sino para compatibilizar y avanzar en el comercio a través de esta concertación regulatoria. Además, el acuerdo tiene implicancias geoestratégicas porque va más allá de lo que es un acuerdo comercial y es importante porque si llega -como todos confiamos- a un resultado pronto y positivo supondrá una marca importante para conformar las regulaciones futuras a nivel internacional en áreas no tradicionales: desde inversiones hasta empresas estatales», dijo Diez Torres.

Las negociaciones generan el rechazo de activistas de organizaciones sociales, ecologistas y sindicatos de varios países europeos que consideran que un eventual acuerdo afectaría los derechos de los ciudadanos y provocaría privatizaciones, pérdida de empleo y amenaza medioambiental.

En ese sentido, el embajador europeo fue tajante: «No es una agenda para la desregulación de los mercados ni un programa para que las compañías internacionales maximicen sus beneficios en detrimento de las Pymes o de los países emergentes».

Según Diez Torres, existen «mitos» que se refieren a que la armonización de normas implicaría renunciar al nivel de protección medioambiental y social logrados por Europa. «El principal objetivo del acuerdo es identificar áreas de protección de nivel similar con diferentes regulaciones. El reconocimiento mutuo de estándares es el núcleo central de la negociación que también prevé una amplia liberalización en servicios, incluidos sectores como transporte -tanto marítimo como aéreo-. Y el capítulo de compras públicas también será fundamental. En el caso de la UE, hasta 25% del PBI bruto se genera en concesiones para compras públicas. Que las empresas de ambos lados puedan participar generará un importante volumen de negocios y competencia», describió.

A su turno, Sullivan, encargado de negocios de la embajada de EE.UU., contó que las tratativas con la UE y con el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica son las principales negociaciones que lleva adelante la administración Obama para «dar un nuevo impulso al proceso de liberalización del comercio en momentos en que los avances en el ámbito multilateral han sido más lentos de lo que nos hubiera gustado y para abrir las conversaciones sobre el comercio del futuro, para garantizar transparencia y las ganancias con la mayor liberalización».

El diplomático admitió que las dificultades económicas que atravesó «el mundo desarrollado» en los últimos años afectaron el nivel de apoyo a las negociaciones de este tipo. «Si miramos estudios de hace cuatro o cinco años -en el momento más difícil de la crisis financiera en EE.UU.-, teníamos un apoyo para la liberalización del comercio del 40%. En esas condiciones es difícil para cualquier líder político avanzar con un proyecto de ese tipo. Desde entonces, la gente se dio cuenta de que un acuerdo de libre comercio puede funcionar como un estímulo importante para la economía y en 2013 el apoyo trepó hasta casi 60%, lo que abre otro escenario político para los negociadores», comentó.

«Hay ganancias a las que podemos aspirar a través de reducción de aranceles y para EE. UU. es un tema no menor de la negociación viendo bienes industriales y agrícolas, pero en un mundo en el que cada vez es más importante la economía de servicios, el eje central pasa por la armonización de la regulación y reconocimiento mutuo de estándares, lo que posibilitaría a las empresas exportar sin tener que pasar por un doble estándar. Eso beneficia especialmente a las Pymes, que son las que no tienen posibilidades de desarrollar distintas líneas de producción. Y lo mismo pasará con otros países. Estas normas no serán vinculantes pero sí relevantes para negociaciones futuras», añadió.

De hecho, según Sullivan, el potencial acuerdo entre su país y Europa «tendrá relevancia para el Mercosur». «La UE tiene una negociación en curso con el Mercosur. Últimamente no hemos tenido una negociación con Mercosur por temas comerciales pero sé que en el sector privado de EE.UU. hay interés de abordar ese tema y me imagino que el avance de estos dos procesos de negociación irá fijando pautas que contribuirán a una eventual consideración de qué tipo de relación podemos tener entre EE.UU. y el Mercosur hacia delante», evaluó.

¿Qué motiva a dos partes a encarar un proceso tan complejo y conflictivo como este? Fraga tiene su teoría. El politólogo cree que Europa enfrenta tres desafíos fundamentales que la empujaron a negociar:

  • Superar la crisis económica financiera      más importante después de la II Guerra.
  • Reelaborar políticamente el proyecto      europeo frente a algunas señales de disconformidad como se vio en las      recientes elecciones europeas.
  • Es cierto que el bloque UE-EE.UU.      representa el 50% del PBI mundial, pero hasta no hace tanto era el 75%.

¿Y del lado de EE.UU.? «La idea de Obama en su segundo mandato son los dos tratados: el Transatlántico y el Transpacífico. En un momento en que muchos decían que China haría que EE.UU. perdiera su relación prioritaria con Europa, el impulso que él da a este acuerdo ratifica la prioridad que seguirá teniendo la relación con Europa en el largo plazo.»

Según dijo, de concretarse el acuerdo, pasaría a ser «el bloque políticamente más homogéneo del mundo. La totalidad de los países tiene democracia representativa, hay una alianza militar y una historia, cultura y valores religiosos comunes. Hay una consistencia más allá del acuerdo comercial». «Estamos ante el acuerdo más importante del mundo. Lo marca la historia y la magnitud. La velocidad con la que se está llevando adelante marca una reconstitución de occidente como actor global en un mundo que está cambiando», concluyó Fraga.

Peña ve la movida como parte de un tema más complejo: el rediseño de la arquitectura del comercio internacional, que tiene que ver con la gobernanza global. «Si uno trata de encontrar otro momento en el que se intentó rediseñar la arquitectura del comercio internacional con éxito probablemente fue en los años posteriores a la II Guerra, cuando surgió el GATT. Muchas veces la gente dice necesitaríamos otro Bretton Woods para encauzar la situación económica y financiera. Pero muchas veces olvidamos que Bretton Woods fue el resultado de algo muy concreto: hubo una guerra y allí, un ganador. El proceso que se inicia con la creación del GATT es producto de la definición de quién tenía la capacidad de generar reglas. El tema de fondo es que hoy eso no está tan claro». Y entonces plantea dos posibles escenarios:

  • El diseño de la nueva arquitectura del      comercio global resultará -ya que no pudo hacerlo Doha o la OMC-, de estos      dos megaacuerdos. El economista americano Richard Baldwin dijo que se      necesita una OMC 2.0 y que eso no lo obtendremos a través de la propia OMC      sino que necesitamos impulsarlo a través de quienes tienen más      participación en el comercio que son los países del Atlántico Norte, que      fijarán estándares que los demás no tendrán más remedio que seguir. Si eso      resulta así, tendremos un nuevo diseño del comercio mundial y de la      competencia económica global que será hija de estos dos grandes acuerdos      que se están negociando.
  • ¿Y si por diferentes razones eso no      ocurre? Hay que imaginar escenarios alternativos. Podríamos quedarnos con      el peor de los mundos: no tendríamos los grandes acuerdos ni la OMC,      fragmentando el sistema comercial y eso puede tener consonancias complejas      del sistema político internacional, sobre todo teniendo en cuenta que hay      protagonistas que señalan que eso no es eso lo que quieren, y que sumado a      su capacidad -producto bruto, comercio, etc- no son protagonistas que      habría que subestimar.

Por último, Peña aconsejó seguir de cerca lo que ocurre en la región, pero teniendo en cuenta que las cosas no son estáticas. «Muchas veces quienes negocian con nosotros tienen el inconveniente de pensar que las cosas son como eran hace 10/15 años y seguimos negociando en los mismos términos. Hay que prestar atención al planteo que hizo el canciller de Chile, Muñoz, el mismo día que asumió la presidenta Bachelet: la idea de la convergencia en la diversidad, que retoma un concepto de Ricardo Lagos. No veamos la Alianza del Pacífico y al Mercosur como contrapuntos sino como partes de una movida que puede ser ganancia-ganancia sin que ninguna de las dos partes pretenda que la otra sea igual. Probablemente entraremos en una etapa de continua metamorfosis de ambos», cerró.

Herencia

«Uno puede ver en el proceso de avance de Alianza del Pacífico -que comprende a muchos países de América del Sur y México-, que por más que Estados Unidos no tenga ninguna participación formal en ese bloque, hay una herencia que llevan los países participantes de haber negociado previamente con Estados Unidos cada uno un tratado de comercio bilateral. Seguramente eso tuvo algún impacto en los ejes que tiene la Alianza del Pacífico y en el acercamiento que el bloque tiene en su acercamiento global», dijo el encargado de negocios de la embajada norteamericana en la Argentina, Kevin Sullivan.

Ganancia potencial

Según un informe encargado por la UE al Centro de Investigación de Política Económica, la economía de la UE obtendría 119.000 millones de euros anuales en beneficios por el acuerdo, y la de EE.UU., 95.000 millones.

Colateral

En el sitio de la CE se explica que un acuerdo comercial entre la UE y EE.UU. tendrá efectos colaterales en la economía mundial. Por caso, el aumento del intercambio entre ambos aumentará la demanda de materias primas, componentes y otros insumos fabricados por otros países. Se espera que eso añada 100.000 millones de euros adicionales a la economía mundial, además del comercio UE-EE.UU..

Como dato adicional a la presente nota y específicamente referido a Argentina, exponemos conceptos del Lic. Federico Tessore – Director de Inversor Global Argentina – www.igdigital.com

 “Mientras en la “Alianza del Pacífico” se recorre el camino del libre comercio, de la asociación, de la libertad, de la baja inflación y el crecimiento, en la Argentina se recorre el camino inverso de la alta inflación, el bajo crecimiento, cada vez menos competencia y más controles, regulaciones y peleas. Los políticos argentinos hicieron un muy buen trabajo para confundirnos. Pero el mundo va para otro lado. No crea en discursos obsoletos que se usaban en la época de su bisabuelo”.

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