No importa quién gane en octubre. El próximo presidente no tendrá espacio para postergar decisiones importantes. Esta cita con lo inevitable es una oportunidad única de inversión para usted. Sólo tiene que actuar antes de la fecha del cambio de mando.
Seguramente, usted estará digiriendo los últimos resultados del domingo y analizando desde distintas aristas los ganadores y perdedores.
Yo, en cambio, escribí estas líneas el viernes pasado, 48 horas antes de las elecciones. Y la razón es que no me quiero detener en el ruido y la incertidumbre que dejan los comicios.
Como en el frente político no hay nada dicho prefiero apuntar a lo que sé que va a pasar.
Y tengo una certeza en el plano económico: sea quien sea, el nuevo presidente no podrá dilatar demasiado tiempo la corrección de desequilibrios preexistentes.
¿El motivo? Le aguarda un panorama local e internacional muy complejo.
En el plano doméstico, el 10 de diciembre el nuevo mandatario recibirá una economía argentina en un estado delicado, con un nivel de actividad desgastado, que no consigue dólares financieros y que recibe cada vez menor cantidad de dólares comerciales.
También, encontrará una menor cantidad de reservas en el Banco Central debido a los pagos de deuda que se realizarán este año y que no se pueden refinanciar (ej. Boden 2015).
A su vez, deberá lidiar con un gasto público desbordado que llevó la presión tributaria a un nivel sideral, a una enorme emisión monetaria y a nuevas colocaciones de deuda en pesos. Y aun así, estas fuentes de financiamiento son insuficientes para cubrirlo y este año terminará con un déficit fiscal récord.
Desde el mundo, tampoco hay buenas noticias. Y una en particular resulta demoledora para la soja: el ciclo de los superprecios de los commodities se terminó. Ese motor de crecimiento y de la demanda que era China bajó varias revoluciones y los precios de las materias primas sintieron el impacto.
En paralelo, con la expectativa de una suba de tasas de la Reserva Federal de Estados Unidos (después de 8 años), el dólar se fortaleció notablemente, atrayendo capitales del otrora pujante mundo emergente y alcanzó su valor más elevado en los últimos 12 años.
Para empeorar las cosas, Brasil, el principal socio comercial de Argentina sufre una profunda y virulenta crisis política, que se potencia con un PBI que se contrae y un real que se devalúa vertiginosamente.
Ante este escenario, para Argentina el famoso “viento de cola” viró de sentido y ahora sopla con fuerza desde el frente.
Sin demasiados grados de libertad, el nuevo gobierno deberá encarar acciones que deberán encarrilarse en una misma tendencia general. No va a administrar abundancia, sino que tendrá que cerrar muchas “canillas” y gestionar escasez.
A decir verdad, el próximo presidente deberá elegir la forma en que se realiza el reacomodamiento en la economía real, porque hoy en día ya está ocurriendo. Todas las variables clave se están deteriorando, ya sea por la inflación, por el atraso cambiario, por la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, por la ausencia de insumos importados, por la falta de inversión, por la insuficiente capacidad de creación de empleo privado, etc.
A mediano plazo, el sinceramiento de distorsiones traería beneficios para las empresas cuyos mercados estuvieron fuertemente regulados.La consecuencia lógica es una expansión saludable por el lado de lado de la oferta que en algún punto superará el efecto negativo inicial.Con esta lógica en mente y con la paciencia necesaria, usted como inversor puede capitalizar la recuperación de esas compañías que venían rezagadas.
Un sector olvidado con enorme potencial para la recuperación
Dentro de una lista extensa, una de las cuestiones más relevantes que la nueva cabeza del Ejecutivo deberá atender es la gran madeja de subsidios a las tarifas de servicios públicos, que ha ido creciendo desde hace 12 años.
Sin dudas, el hecho de reducir subsidios y liberar progresivamente las tarifas tendrá un impacto inflacionario inicial —aquí es donde el Estado debe proteger a los sectores más vulnerables—. Pero la medida también traerá racionalidad y beneficios al negocio de los servicios públicos.
Las empresas de utilities viven una situación rayana a la decadencia en los últimos años. Incluso muchas no logran cubrir sus costos operativos y dependen de transferencias públicas —a través de CAMMESA— para compensar la brecha.
Esta delicada realidad de pérdidas desalentó las inversiones físicas en el sector. Y un desinterés similar se vio también en la Bolsa.
Pero hay dos factores que pueden motorizar notablemente las ganancias de aquellos que inviertan en acciones de este sector.
«El primer aspecto es que los papeles de las empresas de servicios públicos son muy volátiles»
El primer aspecto es que los papeles de las empresas de servicios públicos son muy volátiles. El reflejo de este atributo es el coeficiente beta.
El beta es una medida de volatilidad de una acción o portafolio en comparación con el mercado. Esto quiere decir que el beta muestra una tendencia del retorno de una acción ante movimientos del mercado (Merval).
Los resultados del coeficiente tienen distintas interpretaciones: cuando es menor a 1, la acción es menos volátil que el mercado. En cambio cuando el beta es mayor a 1, el activo en cuestión es más volátil que el mercado.
Las acciones energéticas, por lo general, tienen un beta mayor a 1, por lo que lo que sus cotizaciones son mucho más reactivas que el resto de los activos del mercado, tanto a la baja como al alza.
Pero con perspectivas positivas a mediano plazo, esta característica permitiría sacarle una ventaja significativa al promedio de las acciones del Merval.
El segundo factor a favor está en las bajas valuaciones de las empresas argentinas de servicios públicos frente a sus pares regionales.
Una manera de ver cuando una acción cotiza a valores de descuento es la relación Precio/Ganancias (Price/Earnings o P/E). La fórmula del P/E consiste en dividir el precio de mercado de una acción por la ganancia anual por acción —si se calcula el beneficio de los últimos 12 meses se llama trailing P/E—.
La lectura del P/E da una noción de cuántos años hacen falta para recuperar la inversión. En otras palabras, a menor P/E más barata está una acción en términos de tiempo de recupero.
Una particularidad de este indicador es que resulta apropiado para comparar empresas de un mismo sector, pero no así entre firmas de diferentes segmentos.
La siguiente tabla muestra las valuaciones de empresas de servicios públicos en Argentina y en países de Latinoamérica.
De la comparativa regional surgen conclusiones interesantes.
El P/E promedio (simple) doméstico es 14 veces. Esto implica que si las empresas argentinas ganaran lo mismo durante 14 años consecutivos y distribuyeran toda esa ganancia a los accionistas en dividendos, entonces un inversor recuperaría su capital en 14 años.
Si se excluye el valor atípico de TGSU2, la media simple local arroja un P/E de 8 años. Pero si el promedio se calculara de forma ponderada, es decir teniendo en consideración el peso relativo de cada empresa según su capitalización bursátil, la cifra sería aún menor.
En cambio, en el resto de los países de la región, las valuaciones están en niveles superiores. Para Latinoamérica en su conjunto, el P/E promedio se ubica en torno a los 26 años.
Considerando que las compañías argentinas cotizan en torno al 50% de lo que valen sus pares regionales, este atraso se presenta como una oportunidad áurea para el inversor.
Y no es necesario absorber todo el riesgo de las acciones energéticas. Con un portafolio diversificado en el que se dedique no más del 20%, cualquier inversor de perfil moderado podrá capitalizar la recuperación de empresas de servicios públicos cuando converjan a las valuaciones de la región.
Si usted tiene tolerancia a la volatilidad y maneja un horizonte temporal superior a los dos años, estará un paso delante de las idas y vueltas de las elecciones.
Recuerde que mientras el pesimista se queja del viento y el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas.
Nery Persichini