Los «inflacionistas» parecen haber perdido el debate: unas tasas de interés cero y la impresión de billones de dólares han generado una amenaza nada realista de inflación mundial.
Pero antes de que aquellos que previmos el dominio de las fuerzas deflacionistas empecemos a regodearnos, conviene volver a mirar con matices los datos mundiales. Veremos que, aunque en efecto la inflación de los precios de consumo se está desacelerando en Europa y Norteamérica, también se puede notar una aceleración en los países en desarrollo.
Esta contradicción podría alimentar tensiones internacionales. Esto significa que, aunque la Reserva Federal y otros bancos centrales de países industrializados tienden a pisar el acelerador, este estímulo monetario es lo último que necesitan los mercados emergentes. Contrario a la tesis predominante que una retirada de los estímulos de la Fed dañará a estas economías, les vendría bien una retirada, lo antes posible, del programa de compra de bonos.
El comisionado de asuntos económicos y monetarios de la Unión Europea, Olli Rehn, ha mencionado en varias ocasiones que la baja inflación puede afectar a algunos países del bloque.
La divergencia de precios podría continuar, principalmente por los desequilibrios estructurales en la economía mundial, que hace que los países en desarrollo sean incapaces de satisfacer la creciente demanda interna, mientras que los países ricos no están generando suficiente demanda.
El índice compuesto de precios de consumo de los 34 países que forman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos descendió por segundo mes consecutivo al 1,5% en septiembre y ahora ronda el 1,6% para un periodo de 12 meses. Después de dos meses consecutivos de caídas, esto sitúa la inflación muy por debajo de la media de 2012 del 2,3%. Además, hace que la moderada tendencia de crecimiento que sucedió tras la recesión de 2009 parezca una anomalía pasajera. Los datos de la OCDE muestran claramente que, pese a la modesta recuperación de sus estados miembros, las economías que representan el 60% de la producción mundial siguen enfrentándose a un riesgo real de deflación.
Y sin embargo, la misma organización prevé que China, India, Rusia, Brasil, Indonesia y Sudáfrica –el grupo de países no pertenecientes a la OCDE que representan el 22% del Producto Interior Bruto del mundo– registraron todos ellos en septiembre una inflación superior a sus medias de 2012. La inflación de esas seis economías es del 5,3% para un periodo de 12 meses, un punto porcentual por encima de la media que registraron en 2012.
Mientras tanto, el Banco Mundial prevé que un grupo aún más grande de países en desarrollo registrará una inflación del 6,2% a finales de 2013, pese a que la inflación se desacelerará en los países industrializados hasta el 1,4% desde el 2%.
Esta divergencia es extraña. Exceptuando unos pocos casos concretos, la inflación de las economías emergentes y la de los países industrializados han sólido moverse mano a mano durante más de dos décadas, principalmente con una tendencia bajista por los avances tecnológicos, por las reformas económicas y la globalización, que provocaron un enorme cambio desinflacionista. ¿Cuan grande es este cambio? En 1990, el Banco Mundial dijo que la inflación de los países en desarrollo era del 98,7%, 16 veces su actual nivel; la inflación de los países desarrollados era del 5,1%, casi cuatro veces más que las previsiones para 2013.
Daniel Alpert, socio gestor de Westwood Capital, explica en su libro «The Age of Oversupply» que muchos de los desafíos a los que se ha tenido que enfrentar la economía de Occidente en los años previos y posteriores a la crisis financiera de 2008 se pueden atribuir a los cambios históricos que ha vivido la economía mundial y que ha llevado a esta tendencia desinflacionista. Mientras países como China se urbanizaban, modernizaban y utilizaban la nueva tecnología para acceder a los mercados extranjeros, mil millones de personas se sumaban a la fuerza laboral durante tres décadas, junto a cuantiosas nuevas empresas. Eso no sólo aumentó mucho la oferta mundial de bienes, sino que también redujo los costos laborales, llevando a muchas multinacionales a externalizar su producción y llevarla a estos países en vías de desarrollo. Esto generó un enorme problema de competitividad para los países desarrollados y mató la inflación de las economías.
Hasta que los países más ricos logren impulsar el suficiente consumo interno como para generar empleo y encuentren compradores para el exceso de bienes producidos actualmente por los países con menores ingresos, los precios de esos bienes y de esa fuerza laboral seguirán deprimidos en los países industrializados. Es una de las razones por las que Alpert aboga por realizar un esfuerzo «keynesiano» de cara a restaurar el crecimiento, principalmente a través de una campaña de gasto público en mejoras de infraestructura financiado por el déficit.
Pero este problema de exceso de oferta no afecta a muchas de las principales economías emergentes. Andrew Burns, del Grupo de Perspectivas de Desarrollo del Banco Mundial y principal autor de las perspectivas mundiales del banco, argumenta que el boom de los países en desarrollo tras la crisis ha reducido la brecha de producción en lugares como Brasil, India e Indonesia. En contraste a la necesidad de Occidente de más demanda, estos países necesitan más reformas estructurales para impulsar la oferta y contrarrestar el repunte de las importaciones, afirma.
Esta divergencia no importaría tanto si cada parte arreglara de manera independiente sus propios problemas –si India liberalizara terrenos para su desarrollo, por ejemplo, o si los Gobierno europeos se olvidaran de la austeridad y lanzaran una campaña de estímulos fiscales en pro del crecimiento para el continente. Pero las políticas nacionales impiden este tipo de acción. Esto lleva a los responsables de política monetaria a tener que adoptar soluciones imperfectas con consecuencias internacionales no intencionadas.
Un buen ejemplo: los agresivos estímulos monetarios preferidos por la Fed, el Banco de Japón y otros bancos centrales. Su rápida expansión monetaria sólo ha ayudado de manera marginal a superar las deficiencias de demanda en sus propias economías pero ha logrado invadir los mercados emergentes de dólares y yenes de nueva impresión. Ahí, en esas economías con oferta limitada, ese dinero se ha sumado a las presiones de la demanda y ha intensificado la inflación.
Aunque las naciones en desarrollo ahora se quejan de la salida de capital por el plan de la Fed de empezar a retirar sus estímulos, el problema real radica en la entrada de capital que impuso a sus economías al principio. Cuanto más tiempo continúe la compra de bonos, mayor será el riesgo de que estas economías, todas ellas motores clave del crecimiento y de la prosperidad mundial, se vean forzadas a un duro aterrizaje.
La retirada de estímulos podría parecer una mala medicina para los mercados emergentes, pero cuanto antes la tomen, mejor.
Michael J. Casey – The Wall Street Journal.
(De la redacción: Claro análisis de la realidad global respecto a la inflación. Se muestra una correlación criteriosa entre los países desarrollados y los países en desarrollo. Sin embargo hay dos países que están fuera de esa línea: Argentina y Venezuela.)