A fines del mes pasado, presentamos una nota sobre los vínculos económicos entre Rusia, Ucrania y Europa. En razón de la actualidad que sigue teniendo el tema Crimea ( y la va a tener por un tiempo ) nos pareció pertinente publicar un editorial político del periodista Pepe Eliaschev, Emitido en Radio Mitre de Buenos Aires, el miércoles 9 de abril de 2014.
El conflicto en Crimea persiste y devela los apetitos imperiales que continúan influyendo en Europa.
Mi intención es que respiremos, salgamos del tupper, levantemos la campana de cristal y, aun cuando estamos permanentemente consagrados a la tarea de ejercer el periodismo de cara a nuestra situación de argentinos, es también mi obligación llevarlos a otras latitudes.
En este “pisar la pelota contra el piso”, periodísticamente, quiero incluir una mirada a los principales focos de conflicto, crisis y dilucidación de situaciones en todo el mundo. Efectivamente la crónica sigue centrada en los sucesos de Europa oriental, particularmente Ucrania. Son de una tremenda importancia. Podrá parecer extravagante (siempre necesito excusarme por meterme en estas honduras), hablar de unas tierras lejanas de las que muy poco conocemos. Lo que seguramente no es extravagante es que lo que está sucediendo en Europa oriental tiene, una enorme capacidad de ir modificando, en el mediano y largo plazo, el entero mapa del Viejo Mundo, que se reconfiguró y diagramó nuevas fronteras geopolíticas e incluso ideológicas después de 1990 y que, como territorios sometidos a movimientos telúricos, en donde las placas tectónicas no dejan de moverse, ha ido desembocando en un nuevo orden que no termina de tranquilizarse.
El imperio soviético se derrumbó. Pero la nacida Federación Rusa, heredera directa no solo del régimen soviético, sino también de la Rusia de los zares, la Rusia imperial, vuelve a ratificar su condición de potencia determinante en el centro y este de Europa, potencia que evidentemente no tolera ni siquiera la sospecha de que su esfera de influencia pueda ser afectada por otros intereses u amenazas.
Lo que está pasando en Ucrania, si se lo analiza desde la perspectiva formal de la propiedad jurídica de los territorios, es que es indudable que la pertenencia de Crimea a Ucrania era, por lo menos, sospechosa o generadora de suspicacia. Entre otras cosas, porque fue un territorio ruso durante mucho tiempo, entregado a Ucrania en la época soviética, con esa displicencia y naturalidad de piratas con las que los dirigentes del comunismo soviético disponían de territorios ajenos y propios. Esto hizo Stalin antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, y lo siguieron haciendo sus herederos. Ya sea en la época imperial zarista como en la época bolchevique y ahora en la época capitalista, Rusia ha sido un país que maneja el concepto de estado de derecho internacional de manera elástica y muy particular.
En el caso concreto de las naciones que Rusia se devoró después de la Segunda Guerra, los países bálticos (Letonia, Estonia y Lituania) fueron naciones cautivas de los soviéticos. Muchas otras repúblicas creadas dentro de la denominada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), desde antes de la Segunda Guerra, más las llamadas “democracias populares” de Europa Oriental que los rusos se engulleron después de 1945, integraban y formaban parte del mismo proceso de consolidación y “rusificación” de los territorios.
El hecho de que Crimea ya haya sido desgajada de Ucrania parece irreversible. El problema no ha terminado ahí. Por eso hablaba de placas tectónicas que se siguen moviendo: en verdad, el mosaico- damero geopolítico, étnico, cultural y lingüístico de esa zona es extraordinariamente confuso y cambiante. Quien les habla, por ejemplo, es nieto de inmigrantes que habían nacido en Kishinev, en la Rusia de los zares. Mis abuelos sostenían, con claridad meridiana, que ellos provenían de Rusia, aun cuando no tenían la ciudadanía rusa en un sentido integral, porque los judíos eran ciudadanos de segunda. Pero Kishinev dejó de ser Kishinev para convertirse, años después, en Chisinau, y ahora forma parte de Moldavia, un nuevo país. Este pequeño ejemplo personal y familiar revela que las fronteras de esa zona han ido cambiando una y otra vez conforme el peso específico ocasional de estas potencias.
Es importante que lo que hace pocas horas, se ha desencadenado, un nuevo intento de desgajar a Ucrania, encuentre en la Unión Europea y, sobre todo, en la OTAN –la Organización del Tratado del Atlántico Norte- un freno fehaciente, aun cuando la Unión Europea no está para hacer demasiados esfuerzos en ningún sentido.
El apetito geopolítico de la rusificación, en algún punto tiene que ser confrontado y puesto en jaque por Occidente, a menos que en poco tiempo más, el Moscú de Vladimir Putin sea equivalente al Moscú de Leonid Brezhnev o el del Stalin de los años 50.
Estos son datos importantes deben ser cotejados con la fuga de capitales de Rusia, que está marcando su nivel más elevado desde fines de 2008. En el primer trimestre de este año, se fugaron de Rusia casi 51.000 millones de dólares, casi tres veces más de lo que salió de la Federación Rusa en los tres últimos meses, lo que indica que el país de Putin -tan elogiado y admirado en la Argentina por el gobierno de Cristina Kirchner- ingresa en una zona de turbulencia y precariedad económica. Claro que es una gran potencia; dotada de armamento nuclear, con una extensión territorial que abarca numerosos husos horarios diferentes (cuando son las 10 de la mañana en la occidental Kaliningrado, son las 18 en la oriental Vladivostok), lo que revela la característica trans continental de Rusia; pero es cierto que en ese territorio, hoy lejano, extravagante y exótico para nosotros, se está jugando uno de los dilemas más importantes de estos años iniciales del siglo XXI: cómo va a ser, en definitiva, la configuración de una Europa en la que viejos apetitos imperiales siguen latiendo con mucha intensidad.
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