La política monetaria se ha quedado “sola en la madrugada” para lidiar con los desajustes acumulados. Fue a costa del crecimiento y de la pérdida del poder de compra del salario.

A estas alturas, nadie discute, ni siquiera el Gobierno, que la economía argentina necesita ajustar todo lo que se ha desajustado en los últimos años.

Porque, aunque sea una trivialidad, cabe recordar que si la Argentina necesita hoy modificar fuertemente su política económica, es por los resultados de su mala política económica anterior y no por un “shock externo” que haya cambiado las condiciones predominantes en los últimos años. Al respecto, sólo tres datos: la soja sigue superando en el mercado internacional los US$ 400, la tasa de interés internacional de largo plazo sigue siendo la más baja en mucho tiempo, y los flujos de capitales, más allá del “susto” de mediados del año pasado, están retornando a los mercados emergentes y en especial a los “marginales”, como el nuestro, en el marco de la expectativa en torno a que la política monetaria de Estados Unidos no cambiará sustancialmente, al menos durante los próximos meses.

Retomando, entonces, el Gobierno se enfrenta a la necesidad de arreglar todo lo malo que ha hecho en estos años, cuyas consecuencias están a la vista.

Para ello, el Banco Central modificó drásticamente su política monetaria, con un salto en el tipo de cambio y pasando a una tasa de interés más cercana a la tasa de inflación esperada. Y se solucionó el conflicto por la expropiación de una parte de las acciones que Repsol tiene en YPF, de manera de “matar dos pájaros de un tiro”: por un lado, conseguir parte del financiamiento que la petrolera necesita para su plan de inversiones (el resto se obtiene actualizando el precio de las naftas y obligando a inversores institucionales locales a comprar bonos de deuda en pesos emitidos por dicha empresa), y por el otro, incrementar las reservas del Banco Central, dado que los dólares que obtiene YPF en el mercado internacional –sea como deuda, sea como aporte de sus socios en áreas de explotación– tiene que vendérselos al Banco Central.

En otras palabras, hemos retomado el endeudamiento, tanto por los bonos que emite YPF como por los US$ 5 mil millones que se emitieron para pagarle a Repsol. (Los primeros engrosan las reservas en el corto plazo, y los segundos serán parte de la “herencia”).

Es decir, el cambio más importante de la política económica fue la política monetaria y de endeudamiento.

Es cierto que también se ha empezado a modificar los precios subsidiados de los servicios públicos pero, hasta ahora, estos fuertes aumentos ni siquiera compensan los incrementos de los subsidios de este año, derivados del aumento del dólar oficial, dado que los precios de la energía están directa o indirectamente dolarizados, por lo que hay que importar y asimismo remunerar a los productores locales para que no siga cayendo la producción.

La política monetaria se ha quedado “sola en la madrugada” para lidiar con los desajustes acumulados. Obviamente, a menos que se consiga mucho más endeudamiento externo, este tipo de ajuste es más costoso y peligroso.

Más costoso porque la calma cambiaria y la desaceleración de la tasa de inflación de estos meses se han logrado a costa del crecimiento cero del crédito al sector privado y la fuerte caída del salario, las jubilaciones y los subsidios directos, en términos reales. En otras palabras, el sector público sigue tan desajustado como antes, sólo que ahora se financia recaudando más impuesto inflacionario “neto” (caída en términos reales de salarios, jubilaciones, y planes sociales) y colocando deuda interna de corto plazo a través del Banco Central, desplazando el crédito al sector privado. El resultado: una fuerte caída de la actividad.

El próximo bimestre podría ser algo mejor, teniendo en cuenta que se pagará parte de los aumentos salariales acordados en paritarias y que la recaudación impositiva es estacionalmente alta, lo que permite colocar menos deuda por parte del Banco Central y “liberar” fondos para el crédito al sector privado.

Sin embargo, en la medida en que esto sea “todo el ajuste”, pasados la estacionalidad de la recaudación impositiva, el efecto cosecha y las paritarias, lo único que quedará disponible será mayor deuda interna, mayor impuesto inflacionario (¿ajuste de un salto o gradual del tipo de cambio?) o mayor endeudamiento. Tres peligrosos caminos. Los primeros dos, porque pueden resultar explosivos. Y el tercero, porque es acumular más “herencia”

Por Enrique Szewach

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